UN POCO DE HISTORIA DEL TURF ARGENTINO...LA GENERACION DEL CENTENARIO (3RA Y ULTIMA PARTE)
- María Florencia Giraudo
- 7 nov 2016
- 5 Min. de lectura
Sucedieron a Melgarejo tres hijos del gran padrillo Orbit, quienes cumplieron una actuación muy destacada durante todo el año en que debutaron. Se llamaban Sibila, Olascoaga y Orinoco; este último tuvo una performance de importancia muy relativa; Sibila, en cambio, fué una yegua extraordinaria en todo sentido, pues ganó el Nacional y el de Honor, acreditándose más tarde el Pellegrini cuando ya tenía 6 años. Olascoaga, después de una campaña bastante atractiva, fue trasladado a Chile donde sirvió de semental; allí - en ese carácter- cumplió un papel importante, pues muchos de sus hijos efectuaron buenas campañas.
Después de los hijos de Orbit, acapararon el interés de la época 5 cracks muy famosos en esos años: fueron Chopp, Bronce, Ajó, Baratieri y Casiopea. Estos excelentes productos prolongaron la aparición de la estupenda generación nacida en 1907 que en el año del Centenario (1910) cumplió hazañas que electrizaron a todos los parroquianos del hipódromo de Palermo.
En 1910 debutaron en las pistas los hijos de los famosos sementales importados en 1906 (Diamond Jubilee, Jardy, Val d’Or y Pietermaritzburg) y del extraordinario caballo criollo Old Man. Difícilmente una generación de productos de carrera haya llegado tan alto como aquella del Centenario. El Nacional y el Jockey Club los ganó Espirita, hija de Old Man; también logró resonantes triunfos Mouchette, que en años sucesivos se anotó dos veces el Carlos Pellegrini y tres veces el Gran Premio de Honor, marcando en este último 3m. 40s. para los 3500 metros , récord que no fue superado hasta 1930 , año en que lo sobrepasó un caballo de nombre Cocles.
Pero quizás el producto más excepcional de la generación del Centenario haya sido la yegua Larrea (hija de Jardy) , ganadora de la Polla de Potrillos y de un total de 20 carreras, la mitad de las cuales eran clásicos. Larrea hizo hazañas nunca vistas. Llegó a correr en el plazo de 10 días cuatro carreras, ganámdolas todas: una de 3200 metros, otra de 1200, una más de 4000 y finalmente otra de 2500. El modo de correr de Larrea era desprolijo, casi tumultuoso. Asegura un testigo de la época “que la hija de Jardy tenía una particularidad curiosa: en los entrenamientos casi nunca marcaba buenos tiempos por más que el jinete y el cuidador se lo propusieran, pero en carrera no había quien le ganara”. Hay caballos así, que tienen gran corazón, y Larrea era uno de ellos. Siempre ganaba de punta a punta porque no le gustaba escoltar a nadie, siempre tenía que estar a la cabeza del pelotón y no había nada que pudiera impedirlo. Tenía, sobre todo, un gran coraje, un espiritú de lucha nunca visto ni antes ni después de ella en las pistas porteñas. Cuando se alzaban las cintas, Larrea se transformaba en una máquina de correr, en una fiera dispuesta a imponerse; caballos muchos más veloces quedaban atrás como si a su lado fueran incapaces de correr y superarla. Tenía personalidad; tanta que si después de una carrera, una vez vuelta al stud, su cuidador no le ofrecía la habitual recompensa de bizcochos Canale ensopados con champagne, Larrea era capaz de voltear la puerta del box a patadas. Si se la ofrecía inmediatamente, la yegua, en cambio, se volvía dócil y cariñosa y sus ojos despedían chispas de niña traviesa, acostumbrada a imponer sus antojos.
Así era la temperamental Larrea, uno de los más destacados productos de la generación del Centenario; menos notables, aunque rayaron también a gran altura, resultaron Ercilia -muerta en plena serie de triunfos-, Amsterdam, Enero, Aphrodite, Locandiera, Moreno y muchos otros. Con todo, fueron San Jorge e Yrigoyen los caballos más famosos de esos años; el primero se anotó el Nacional de 1912 muy fácilmente y después marcó los récords para las distancias de 2500 y 2200 metros; el segundo, aunque con algunos altibajos, realizó una notable campaña a los 4 y 5 años.
Yrigoyen era un caballo irascible, que solía correr co un ritmo endiablado y al que su excesiva fogosidad le hacía perder carreras en muchas oportunidades; tanto era así, que se llegó a pararlo cuando ordenaban la partida y se lo dejaba quieto hasta que sus rivales estaban a 50 ó 60 metros. Esto, lejos de significar un hándicap para sus adversarios, era una ventaja para el modo de ser de Yrigoyen. El famoso jockey Manuel Lema ensayó por primera vez ese procedimiento en un match contra Charming y le dió resultado positivo, pues Yrigoyen (pensionista del stud Los Cardos) se serenó por completo para después dar caza a su contrincante y derrotarlo por amplio margen.
Yrigoyen fue siempre noticia para la crónica hípica de su época, incluso cuando ya no estaba en las pistas.
En efecto, llevado a los boxes del haras Reyles, para dedicarse al placentero trabajo de la reproducción, se advirtió que era irremediablemente estéril. En 1920, cuando las instalaciones del haras Reyles fueron liquidadas, Yrigoyen fue adquirido por el haras Nacional. A todo el mundo sorprendió que los Luro, propietarios del Nacional, compraran un caballo que, por ser estéril, no podía servir como padrillo. Como sea, después de largas intentonas -en las cuales se ensayaron todos los métodos clínicos conocidos- Yrigoyen siguió sin proporcionar descendencia. Un día alguien tuvo una ocurrencia: si se lo sometía a una operación quirúrgica para implantarle las glándulas de otro animal, Yrigoyen podría tener hijos.
El plan pareció bueno a los dueños del estéril padrillo y se lo trasladó a la Escuela de Hipología de Palermo, donde todo estaba listo para injertarle las glándulas de otro caballo -llamado Belial- , cedido gentilmente por don Federico de Alvear, que era el autor de tamaña ocurrencia. El transplante (o injerto) fue un rotundo fracaso: fallas de anestesia arruinaron la operación y allí quedó el pobre y esforzado Yrigoyen, con las patas para arriba.
Muchos fueron los caballos que se destacaron en esos años: en 1913 descolló Enérgica, ganadora del Pellegrini. Al año siguiente brillaron Smasher y Avicenia, en una generación que contó taambién con Digital; éste ganó un Pellegrini (empatándolo con Ocurrencia) y tres veces el Pueyrredón , marcando en uno de ellos 4m. 14s. , récord hasta el año 1935, fecha en que Cute Eyes estableció el notable tiempo de 4m. 9s 3/5.
En 1915, la potranca Ocurrencia, de don Saturnino Unzué, ganó la Polla, el Jockey Club, empató el Pellegrini y perdió el Nacional por muy poco, corriendo en una pista pesada que no la favorecía. Los años de la Primera Guerra Mundial fueron pródigos en yeguas de grandes campañas. Una de ellas fue La Ñatita, que ganó 17 carreras en una sola temporada, performance que igualó Côte d’Or quince años después. La Ñatita era hija de Old Man, El Grande, y pertenecía al stud Los Rosales.
En 1916 sobresalieron Saint Emilion, Vadarkablar y Cabaret: el primero ganó el Nacional, el segundo la Polla y el Jockey Club, el último triunfó en el Carlos Pellegrini. Fueron tres magníficos ejemplares que, sin embargo, vieron amenguada su fama por un acontecimiento singular en el turf argentino: la aparición, en 1917, del que fue y seguirá siendo el mejor producto del élevage nacional , Botafogo

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