UN "MATCH" INOLVIDABLE: BOTAFOGO Y GREY FOX
- María Florencia Giraudo
- 7 nov 2016
- 7 Min. de lectura

Hijo de Old Man y Korea, Botafogo realizó una campaña notable desde las 11 carreras que ganó siendo potrillo.
Su velocidad era tanta y su fama de invencible tan sólida que muchas veces se dio el curioso fenómeno de hacerlo correr solo, ante la defección de sus rivales, borrados de la competencia antes de entrar en la pista. Sin embargo, el 3 de noviembre de 1918, pocos días después de la firma del armiticio en Europa, el tordillo Grey Fox lo derrotó en el Carlos Pellegrini, ante la sorpresa del público y profesionales que no alcanzaron a explicarse lo ocurrido.
Su propietario, el señor Diego de Alvear, señaló al Jockey Jesús Bastías como principal responsable de la caída de su pupilo; otros supusieron que fue un descuido del entrenador Felipe Vizcay, quien no se habría preocupado de su preparación física. Otros creyeron que ya había pasado la hora de triunfo del magnífico Botafogo y que debía reconocerse su derrota como algo inevitable que algún día tenía que suceder inevitablemente. Pocos, muy pocos, atribuyeron el mérito a Grey Fox que-no obstante- venía de realizar una gran campaña en pruebas de hándicap.
Al cabo de varios triunfos, el señor Arturo R. Bullrich - que tenía arrendado a este tordillo- canceló el contrato de alquiler y lo devolvió a su dueño, Saturnino Unzué: fue con los colores de este último (Indecis) que Grey Fox corrió el Pellegrini de 1918, derrotando al imbatible Botafogo.
Algunos análisis efectuados poteriormente intentan demostrar que fue la habilidad de los hermanos Juan y Domingo Torterolo (cuidador y jockey respectivamente de Grey Fox) el principal factor de la derrota del crack del siglo.
"Botafogo era tan grande que Felipe Vizcay, su cuidador, estaba demasiado confiado. Supuso, equivocadamente, que ningún rival e presentaría la tarde del 3 de noviembre de 1918 para disputar a su pupilo el Carlos Pellegrini. Cuando supo que se habían anotado Grey Fox, Saint Emilio y Cracker ya era demasiado tarde para que Botafogo pudiera llegar a esa fecha en perfecto estado físico.
Sin decir nada al propietario del alazán decidió hacerlo correr aplomado, es decir gordo, con kilos de más, confiando en las virtudes hípicas de Botafogo. Por otra parte, el compositor de Grey Fox, Juan Torterolo, que tenía su caballeriza frente a la de Alvear, hacía varias semanas que desarrollaba un intenso trabajo de espionaje sobre Botafogo. Una tarde, mientras estaba tomando un café en el bar La Copa de Oro, en la calle Olleros, a pocos metros de su stud, uno de los peones de Botafogo -algo encopado- se jactó que el pino de Alvear podía ganarle a cualquier otro caballo, incluso aplomado como estaba y falto de entrenamiento. Fue la confirmación que el hábil Torterolo esperaba. No solo entrenó intensamente al tordillo, presentandoló en la mejor forma, sino que trazó un hábil plan de carrera confiando en las habilidades de su hermano Domingo, jinete de Grey Fox.
"La estrategia de los Torterolo se basaba, sobre todo, en la falta de estado físico de su principal rival y por eso decidieron correrlo de atrás, tratando de imponersesolo a último momento, para no dar tiempo al jockey de Botafogo de apurar el tren de carrera. Este plan tuvo éxito y Grey Fox se impuso en el Pellegrini de 1918. Pero su triunfo y su gloria fueron efímeros y si pasó a la historia lo hizo de la mano de la aplastante derrota que le infligiría quince días más tarde el mitológico alazán Botafogo, hijo del no menos famoso Old Man"
Cincuenta años después de ese Pellegrini, el jockey Domingo Torterolo, a los 85 años de edad, recordó aquel episodio de la siguiente manera: "Al montar a Grey Fox para correr el Pellegrini de 1918, mi hermano Juan me dio tanto ánimo que corrí al hijo de Le Samaritain (Grey Fox) con la certeza del triunfo. Me recomendó que no lo dejara tomar mucha ventaja al alazán y que al pisar el palo de los 1600 lo buscara para ver si se defendía, distanciándose de mi caballo. Y como lo había supuesto Juan, Botafoo no se alejó como era habitual en él. Tuve entonces la sensación del triunfo, que corroboré más al entrar en la recta final.
Es cierto que podría haber ganado más fácilmente, pero no rematé la carrera en el codo temiendo que Botafogo pudiera reaccionar y como era un ejemplar de mucha calidad me presentara lucha y postergara, entonces, el triunfo que ya descontaba a los pocos metros de la largada". El recuerdo del anciano jinete se ajusta a los hechos ocurridos en la cancha: Mingo Torterolo, en efecto, puso su caballo a las patas de Botafogoy nole dio respiro. Enla recta final, Grey Foxpasó al crack como si fuera un poste y el pupilo del stud Alvear no intentó la menor defensa. Al término de la contienda, injustamente, el propietario de Botafogo culpó al jockey Jesús Bastías de negligencia en la conducción de su pupilo: no sabía que el caballo había corrido fuera de training. Indignado por lo que él suponía como una conspiración en contra de su alazán, don Diego pidió a Saturnino Unzué que le concediera un match revancha entre el tordillo y Botafoo.
El ambiente del turf en Buenos Aires contagió su entusiasmo y sus expectativas a todo el país. Los diarios se ocupaban cada minuto de los caballos como si fueran estrellas de cine: " A las cinco de la mañana Botafogo dio un breve pase de la brida y a las seis efectuó algunas corridas suaves en la pista central de Palermo". Juan Torterolo espera confiado la hora del desquite; su tordillo está en la mejor de las formas, como quedó demostrado en la breve exhibición que realizó ayer para los periodistas en las canchas de Palermo".
Pero no todo fue tan heroico ni tan bello, detrás de la organización del match se desenrolló una tupida maraña de acontecimientos que casi logra hacer zozobrar la más brillante página del turf criollo. Las primeras dificultades despuntaron cuando Alvear solicitó que la revancha se efectuara dos semanas después del triunfo de Grey Fox. Al principio Unzué aceptó, pero presionado por su amigo Bullrich, quién era de opinión de que los caballos corrieran el desquite en una carrera ordinaria, junto con otros participantes, negó el concurso de Grey Fox para un match especial.
Por ese entonces presidía el Jockey Club el señor Miguel Alfredo Martinez de Hoz, quien en compañía del secretario de la comisión de carreras, Miguel A. Juárez Celman, debió intervenir entre ambos propietarios para que depusieran todo tipo de posiciones intransigentes.
Después de mucho cabildear se llegó a un acuerdo: el match revancha debía correrse en el hipódromo de Palermo el 17 de noviembre de 1918, a las 15 de la tarde. Por primera y única vez en toda su historia, el circo palermitano abriría sus puertas para que se disputara una sola carrera.
Cuando Juan Torterolo se enteró de la fecha del match puso el grito en el cielo, pues sabía que en dos semanas Botafogo habría de alcanzar su mejor forma física. Por otra parte, Alvear había decidido desplazar al modesto Bastías y confiar la conducción del crack a las hábiles manos de Francisco Arcuri. Concertado el Match y fijada la fecha, Unzué y Alvear apostaron 10.000 pesos cada uno que, finalmente, se repartieron entre instituciones benéficas.
El día de la carrera, una gran cantidad de público se trasladó hasta Palermo; a las 10 de la mañana ya estaban casi completas las instalaciones del hipodrómo; a las 11 se clausuraron las puertas porque ya no cabía nadie más; al mediodía, una multitud de curiosos se reunía a lo largo del terraplén del Ferrocarril Central Argentino, que se vio obligado ese día a demorar la salida de dos trenes ante el riesgo de que se produjera alún accidente; a las tres de la tarde, la estación Palermo estaba colmada de gente que atisbaba desde su altura, incómodamente, el codo de Dorrego; a las cuatro no había árbol de las inmediaciones o poste telefónico que no estuviera empenachado de adolescentes deseosos de ver la partida. A las cuatro y media en punto se largó el match del siglo, encargándose Gilberto Lerena de alzar las cintas.
Como era su costumbre, Botafogo picó primero y se colocó del lado de los palos. En el hipódromo reinaba un silencio sobrecogedor, nadie gritaba y solo se oía el silbar del viento colándose entre las tribunas. El alazán imprimió de entrada, un ritmo suave a la carrera y Grey Fox tampoco apuró, limitándose a seguirlo a muerte, sin darle respiro alguno; tal como lo había hecho dos semanas antes. Asi pasaron por primera vez la meta hasta enfilar el codo de Dorrego; justo en ese momento Torterolo lanzó su primera estocada apurando el tren; pero Botafogo, que estaba en su mejor forma, lo despidió al llegar al opuesto. Ineperadamente, como si hubieran convenido algún santo y seña, miles de voces atronaron el aire de Palermo, huyendo como pájaros, en dirección al río.
El tren de carrera se volvió algo más vertiginoso; al llegar al poste de los 1200 metros Grey Fox se tiró a fondo en una profunda estocada, poniéndose al anca de Botafogo. Pero el alazán era de verdad imbatible: casi sin esfuerzo, apurando apenas el galope, volvió a despedir al tordillo, en forma definitiva esta vez. En los tramos finales de la curva de Belgrano sacó dos cuerpos a su rival y entró al derecho con tres de ventaja. De allí hasta llegar a la meta fue un continuo sacar cuerpos y cuerpos; parecía, en verdad, que Botafogo estaba corriendo contra sí mismo, pues su vencedor de dos semanas atrás ya no tenía chance alguna. Faltando trescientos metros, el alazán apuró nuevamente el tren de su infernal alope y cruzó el disco con una cuadra de diferencia sobre el atribulado Grey Fox. El frenesí de los porteños era indescriptible, la ciudad vivia el más crepitante acontecimiento turfístico de su historia, no había bar céntrico ni café de barrio donde no se comentara la hazaña del crack, del caballo del pueblo. Esa noche, en la confitería del Aguila, Diego de Alvear pagó varias botellas de champagne a sus risueños y satisfechos amigos y dejó antes de irse, cincuenta pesos de propina. Nadie, en los alegres corrillos que se formaron entonces, se acordaba de Jesús Bastías, conductor de Botafogo en 11 memorables carreras que lo llevaron a la fama y jinete de una derrota que lo situó definitivamente enla historia. Bastías, probablemente, fue la única víctima del apasionado match del siglo. El turf argentino, desde entonces, pasó a ser considerado entre los cuatro mejores del mundo.
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